En la casa de Willy [Julián Bejarano]

En el 2003 cuando volvimos a ser campeones del mundo, tras la vuelta del virrey Carlos, que según un relator tenía el número de celular de dios, yo estudiaba una carrera que odiaba de verdad. A la cual había ingresado después del comentario de un primo que prometía un aluvión de chicas lindas que se anotaban a estudiar Marketing. Lo cual, finalmente descubrí que era una mentira más grande que la ballena azul. La cátedra estaba llena de cuarentones que fracasaban en sus empleos y que se anotaban para aprender las técnicas de mercadotecnia yanquis. Herramientas que tenían como fin ajustar las tuercas de los proyectos individuales, que prometían el paraíso de los billetes y la realidad del gran sueño americano. Un pensamiento realmente estúpido si los había. Yo entré para que mis viejos me siguieran bancando sin trabajar, aunque después esas vacaciones universitarias se me terminaron.
Pero bueno la vida es así. La cosa que Boca en el 2003 volvía a Tokio y está vez debía enfrentarse a una de las potencias futbolísticas más grande de Italia y del mundo, el AC Milán. Nos juntamos un montón de pibes la noche anterior al doparti en la casa de Willy. La mayoría éramos de Boca, aunque también había algunas gallinas infiltradas que soñaban con gritarnos los goles del Milán en la cara. Pusimos plata entre todos y compramos chorizos, vino, fernet, cerveza y gancia lo que venga que nos hiciera levantar las barreras de la conciencia para disfrutar aún más de una emoción. Willy armó en el fondo de la casa un banquete largo con la ayuda de unos cuantos caballetes y tuvo que pedir sillas prestadas a los vecinos porque las que tenía no eran suficientes. El asador era Lucas, un pibe al que por más que no lo vea seguido siempre será mi amigo, un flaco alto, largo y macanudisimo. Willy puso adelante del banquete el televisor con la video y tras buscar inútilmente en todos los canales imágenes de Tokio, metió un par de pornos para entretenernos.
Terminamos de comer y nos metimos adentro a jugar a las cartas y seguir escabiando. Se hizo larga la noche que pasamos en vela del Boca vs Milán de aquel 2003.
Cuando finalmente llegó la hora del pitazo inicial, como era obvio, todos estábamos medio en pedo. Lo que llevó a que mientras los 11 de Boca estaban dejando todo en Tokio, en Paraná más precisamente en el barrio de las casitas rojas, hubo amagues de piñas y hasta cogotiadas entre unos y otros. Willy terminó echando a un gallina infiltrado que se llamaba Marcos. También había gente de otros clubes, yo medio que discutí con un hincha de independiente que quiso que arreglemos la discusión afuera y con la ayuda de las manos, cosa que por supuesto no acepté, era grandote y gordo y me iba a malmatar. Cuando Donnet empata el partido se produjo un despelote de cuerpos adelante del televisor, las sillas volaron a la mierda y la mesa se corrió de lugar, algunos pegaban piñas a las paredes y otros se abrazaban, Willy salió de la casa y tras gritar el gol a viva voz, le empezó a patear la puerta al vecino hincha del millo, cosa que agravó a un más la situación. Todos pensamos que no íbamos a salir vivos de la casa, que afuera nos esperaban una multitud de gallinas que nos iban a dar para que tengamos y de paso guardemos.
Los noventa minutos terminaron 1 a 1. Se venían los penales.
Siempre pienso que me va a dar un infarto alguna vez delante de un televisor mirando unos penales y pensar en esa muerte tan bizarra me hace replantearme cosas, sin embargo cuando vuelvo a pasar por esa misma instancia decisiva, vuelvo a sentir lo mismo que la primera vez, es inútil alguna vez moriré delante de un televisor mirando unos penales.
Willy tenía un rosario entre las manos y estaba de rodillas rezando encerrado en la pieza. Lucas salió de la casa a respirar aire y a tratar de entrar lo más tranquilo posible. Algunos buscaban las últimas gotas de alcohol que tuviera alguna botella ya tirada en el tacho de la basura. Yo estaba cagado en las patas y para tratar de tranquilizarme me decía a mi mismo que sólo era un partido de fútbol jugado por futbolistas multimillonarios que no tenían que buscar botellas en el tacho de la basura para poder contralar sus emociones como hacían mis amigos. Pero bueno, más allá de lo racional con que se pueda tratar de interpretar el fútbol, es algo inexplicable y discúlpenme por el cliché de la expresión pero es así.
Abbondanzieri atajó dos penales, el primero a Pirlo, aunque la patada de Costacurta a la tierra opacó la atajada del pato, sumado al tiro a las nubes de Seedorf eso nos dio la tercera copa del mundo en la historia del club de la rivera, eso y los penales convertidos por Schiavi, Donnet y Casini. El pato atajó los penales con la viveza argentina de poner nervioso a los shoteadores adversarios, eso está más claro que el nombre de la famosísima empresa de telefonía celular. Lo más increíble de todo fue como se escuchaba la 12 de fondo por sobre todos los nipones.
Cuando Casini patea y convierte el penal número 4 fue una especie de terremoto adentro de la cocina de Willy. No se sabía si saltábamos, gritábamos, pegábamos o si hacíamos todo junto al mismo tiempo. En ese estado de locura generalizada, Lucas saltó debajo del hueco de la puerta y se abrió la cabeza contra el marco. Tuvimos que llevarlo en moto al dispensario para que le cosieran la herida o por lo menos que se la pegaran con la gotita. Por eso no pude ir a festejar a la plaza la tercera copa intercontinental de boquita. Volví tranquilo a casa en la moto después de que cocieron a Lucas. Me acosté y prendí la tele y me dormí feliz mirando los festejos bosteros en todos los rincones de este enorme país.

-Incluido en Superclásico, de Julián Bejarano, Ese es otro que bien baila, Narrativa 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario